Así como las drogas, el amor es un sentimiento altamente adictivo, porque no es sólo cuestión del corazón, sino que tiene un fundamente neuroquímico real, según las últimas investigaciones científicas.
Es frecuente que una viaje -o incluso una tarde juntos. ayude a la pareja a sentirse más unida. Y no es fantasía. Ese contacto, que ayuda a encontrar novedades en la relación, activa el cerebro para la asociación de la sensación de placer y la presencia de la otra persona, lo que consolida el amor.
Las drogas adictivas estimulan ese mismo sistema, y el amor hace lo mismo. Nadie se atreve a decirlo, pero el amor es un sentimiento potentemente adictivo, y si se analiza, veremos que quien se enamora tiene un patrón conductual similar al del adicto.
Quien depende de una droga muestra una conducta de ansia exagerada e irreprimible por conseguirla droga; y no le importa el tiempo y el esfuerzo que debe invertir para conseguirla. El enamorado puede desplazarse largas distancias o realizar, sin disgusto, los formidables movimientos que se requieren para la cópula, aunque venga cansada de sus actividades diarias. Y deja de hacer todas sus actividades sociales, laborales o recreativas, con tal de estar con su pareja.
La adicción es permanente. Muchos intentan dejar la droga, lo logran, pero siempre están expuestos a recaer, por la exposición a sucesos o lugares, incluso personas, que relacionan con su época de consumo. Y en el amor, aunque se aleje, una canción, una fotografía, un camino, tienen el mismo efecto y reviven la llama del amor, aunque ya no tengamos a la persona a nuestro lado.
La ciencia dice que la zona más activada en los cerebros enamorados es el núcleo ‘accumbens’. En los estudios de neuroimagen aparece que esta estructura constituye, en asociación con otras, lo que se denomina sistema de recompensa del cerebro, cuya activación resulta en una profunda sensación de placer y euforia.
Los estímulos capaces de desencadenar esta emoción son muy diversos, incluyendo el sexo, la exposición a situaciones, personas o ambientes nuevos, poco familiares, y un largo etcétera. El sistema de recompensa se encarga de reforzar la asociación entre un estímulo capaz de generar placer y el estado eufórico al que conduce, potenciando los comportamientos de búsqueda y “consumo” de estímulos gratificantes.