- Nuestros antepasados tuvieron un hueso que mantenía siempre firme el órgano sexual, pero a diferencia de los machos mamíferos de otras especies que lo conservan, la evolución nos lo quito, según científicos, cuando elegimos pareja única
Si a Darwin no se le hubiera ocurrido esa teoría de la Evolución, los hombres, sobre todo lo de cierta edad, serían felices, porque nunca hubieran perdido la dureza de su pene.
Porque igual que la mayoría de los machos mamíferos, el humano tenía un hueso en ese órgano, que le aseguraba su erección cada vez que la ocupaba. Por eso ni caballos, ni perros, ni otros, sufren cuando se aparean con la hembra, ni ocupan manos ni nada más. Siempre están listos.
La mayoría de los machos mamíferos tienen un hueso en el pene llamado báculo, descrito como «el más diverso de todos los huesos», ya que varía mucho en longitud, anchura y forma entre las especies. Nuestros parientes vivos más cercanos, los chimpancés y los bonobos, con quienes compartimos un altísimo porcentaje del genoma, también han recibido esa lotería evolutiva, lo que les permite la penetración en ausencia de erección.
¿Qué le ha ocurrido al ser humano para sufrir semejante pérdida? ¿Sale ganando con la ausencia? ¿Supone una ventaja?
Para la revista «Science», que algunos descendientes, como los humanos, perdieran su báculo puede deberse a las diferencias en las prácticas de apareamiento.
Los chimpancés tienen un báculo muy pequeño (entre 6 y 8 mm) y penetraciones de corta duración (alrededor de 7 segundos para los chimpancés y 15 segundos para los bonobos). Sin embargo, se caracterizan por ser polígamos, por lo que los varones experimentan altos niveles de competencia después de la copulación. Los investigadores sugieren que esto puede ser la razón por la que estas especies han retenido el báculo, aunque sea pequeño.
«Después de que el linaje humano se separara de los chimpancés y los bonobos y nuestro sistema de apareamiento se desplazara hacia la monogamia, probablemente después de hace 2 millones de años, las presiones evolutivas para retener el báculo probablemente desaparecieron. Esto pudo haber sido el último clavo en el ataúd de nuestra disposición sexual permanente, pues se perdió en los seres humanos ancestrales», señala el antropólogo Kit Opie, coautor del estudio.
Una investigación publicada en la revista «Nature» por científicos norteamericanos hace unos años apuntaba que la pérdida de ciertos fragmentos de ADN durante la evolución puede ser la razón de que los hombres tengan un pene sin hueso, unas ausencias que, curiosamente, también parecen habernos dejado sin los bigotes sensoriales que tienen algunos animales. Los resultados pueden haber pavimentado el camino hacia la pareja monógama y la formación de una estructura social compleja, necesaria para criar a los completamente indefensos bebés humanos.